Recuerdo de mi Primera Comunión.

10 de febrero de 2009

La Pasión de Juan An.
(Humor).

Hace 23 años fui el gran protagonista de un suceso tan luctuoso como cómico, que marcaría mi vida para siempre. En la mañana del 24 de mayo de 1986 se celebró mi primera y espero que última comunión, al menos en mis próximas quinientas reencarnaciones.

Sí, por supuesto que en este sentido texto hablaré también en tu nombre, y en el suyo señora, y en el tuyo Mari Mar. Pues díganme quién no ha pensado alguna vez crear una asociación de víctimas de la primera comunión, La A.V.I.C donde hacer terapia de grupo en el campo, y curas mediante hipnosis, en la que habría técnicas de desahogo utilizando siluetas de cartón con la imagen del cura de tu barrio, sobre la que poder jugar a los dardos mientras le gritas:

- ¿Por que lo hiciste, padre Piñata? ¿Por qué? ¿Por qué?

Pues, ¿quién no ha escondido alguna vez, colorado como un tomate de la vergüenza, el retrato de su primera comunión detrás de un jarrón cuando ha tenido visitas de amigos o algún ligue? Con ese peinadito de lengüetazo de vaca en ellos , y los lacitos en el caso de ellas.

Después de dos perdidos años en la catequesis, con un par de profesoras que sabían de teología lo mismo que podía saber yo de corte y confección; y de tener que confesarle mis pecados capitales a un sacerdote con mala uva, y con una sotana negra que de lejos me recordaba a Darth Vader, y de cerca al hijo secreto de Johnny Cash; recuerdo que me entró la angustia, pues intuía que se acercaba la hora, que llegaba el día en el que tendría que probarme el conjuntito blanco o azul oscuro, con la terrible incertidumbre de no saber si por la mente de mi madre ululaba la idea de un traje de marinerito o algo peor. Pero en seguida se desató la tragedia, pues sin entender cómo, de pronto me vi en un probador vestido de Popeye. Era como un “clips de playmóbil” con la ropa de Alfredo Landa en “Cateto a Babor“. Los zapatitos blancos fue el regalo de mi abuela, como es típico, y apretaban una barbaridad. El cordoncito de flecos estaba claro que era de oro. De oro del que cagó el moro, vamos.

Llegó el Sábado del sacrificio, y ya camino de la iglesia, con un frío que pelaba, y sin haber pegado ojo, iba sintiendo una inmensa pena de mi mismo. Estuve a punto de arrodillarme y exclamar: “¡Señor, si es posible pase de mí este cáliz!”. Pero el cáliz no pasó, y no sólo eso, sino que encima llevaba dentro un vino dulce de garrafón, de la misma tasca donde el vinagreta de mi vecino compraba el tinto peleón. Digo yo que el cura se podría haber estirado un poquito y haberse “pegao” un lingotazo de Pedro Ximénez, ¿no?

La ceremonia comenzaba con unas ofrendas, y un servidor era el encargado de ofrecer una vasija con agua, pero gracias a la intercepción del Espíritu Santo, también conocido como Palomita Buena Onda, al final fue una niña gordita quién entregó el presente por mí, pues de haber sido yo, conociéndome, el agua y la bandeja habrían llegado volando hasta la sacristía y un poquito más allá por lo menos.

Yo miraba descaradamente al cura y el cura me miraba a mí. El hombre lucía unas “pedazo” de gafas de vista amarillas, que eran, por mi madre, los escaparates de “Simago”, las que años después debió venderle al “!Sargento Slaughter” , ¡porque eran “clavaítas” !

Para más INRI, el niño que había a mi lado en el altar era el quinqui más grande de todo el condado, no mentaré su nombre por motivos de seguridad, aunque de todos modos no creo que ese navegue por Internet. Tenía en el pelo un buen remolino, y de atrás le salía una coletilla. Recuerdo con nitidez el momento en el que iba a comulgar, pues miraba con unos ojos de pocos amigos al padre Piñata… como diciéndole “¡Hostias las que yo te daba a ti!”. Yo lo vigilaba por el rabillo del ojo, ya que ese habría sido capaz de mangarme la cadenita, el cordón con la cruz, y hasta el sello de plata allí mismo . Aunque en el fondo me habría hecho un favor. Me dieron ganas de girarme y decirle: “No te apures titi, que hoy estarás conmigo en el paraíso.”

Les confieso que mientras ofrecíamos a duras penas el cántico ese de “Si en verdad Dios te ama di amén” , que tenía más coreografía que un videoclip de Locomía, yo observaba la primera banca , pensando: “¡Qué buenas cachas tiene la Silvia! ¡Que guapa se ha puesto con esas mallitas verde agua!” Era la hija de una clienta de mi madre, y esa niña sí que estaba para haberme fundido en comunión con ella, si me hubiera pillado con diez años más.

Lo cierto es que lo único que me consolaba era pensar en la montaña de regalos que me aguardaban luego, creo que este sentimiento es común en el 99% de los casos, ¿verdad? Pensaba en un monopatín, en la nave de Star Wars, en una maquinita de aquellas de monstruitos cutres que nos hacían alucinar, en unos tenis con luces, y en la equipación de Arconada. Al salir del templo, decenas de personas me rodeaban. Todos se querían fotografiar conmigo, me sentía tan alagado como la Pantoja en el Rocío, cuando iba con el caballo. Hasta la Silvia me regaló un beso, ¡mmmmmh!. La verdad es que tuve mi minuto de gloria, “pa que” vamos a negarlo. Muchos me decían “¡Felicidades!” Pero a mi sólo me preocupaba lo que habría dentro de las bolsas que portaban.

Una vez en el convite, yo jugaba con mi primo a escalar por los cajillos de cerveza, para así intentar olvidar el suplicio, pero mi madre se empeñaba en que fuera a reconocer y a saludar a su tía Manuela, a su primo Miguelito, y a la mujer de su sobrino, y yo les juro que por más que les miraba, era la primera vez en mi puñetera vida que los había visto, no conocía a ninguno de esos familiares, ni directos, ni indirectos. Seguro que esto les ha pasado a ustedes, ¡a que sí!

Más tarde mis padres me pusieron a repartir recordatorias a los invitados, pero yo intenté vendérselas a veinte duros, aunque no coló. Al cabo de unas horas, mi padre y mi tío Pepe, empezaban a realizar movimientos en zigzag con el cuerpo, y a cantar aquella copla de “Se Murió Carmen Amaya” , pero yo juraría que el vino de consagración se había quedado en el altar. Cuando llegó la ansiada hora de recibir los regalos, me froté las manos, pensando que tanto calvario pronto iba a tener su recompensa. Pero me llevé la desilusión de mi vida. Pues todos los regalos eran del tipo, “recuerdos de comunión”, pero absolutamente todos. Me llovieron guitarritas de esas blancas, de plástico con una muñequita pintada, plumas estilográficas con adornos dorados, libros cursis para recoger dedicatorias de parientes desconocidos, una cajita de música de color crema, con un angelito rezando, una agenda de las mismas tonalidades y motivos, y un juguetito, que era una cabina de teléfono, de color marfil, con caramelitos dentro. Cuando vi todo aquello, me harté de llorar. No sabía si destrozar a bocados el muñeco de comunión, o ahogarme dentro de la tarta. Para colmo de males, mis padres insistían en que sonriera, que ese era mi día y debía estar contento por recibir el santo sacramento, pero yo lo único que había recibido eran palos por tos lados.

Además recuerdo que no quería sonreír, porque hacía poco que se me habían caído casi todos los dientes de leche, y tenía toda la boca llena de mellas. Cuando la abría era una mezcla entre Gargamel, “el Peíto” y Juan Tamariz. El remate fue la cámara de videoaficionado con la que mi vecino Rafael grabó. Era de las primeras que salieron, y la imagen se veía verdosa y muy desenfocada. El resultado de la grabación os lo podéis imaginar: un esperpento de niño vestido de marinerito, con el trajecito lleno de lamparones, la cara de color verde como un “Green Lips” , y desenfocada, con gafas empañadas, la dentadura como la chilindrina, el lengüetazo de vaca en el flequillo y encima “cabreao” con los regalos.

Bueno, aquí concluyo el relato de mi inquisición, mi Cruz de Caravaca ,que encima lleva doble madero. Para mí sin duda este fue un trance más oscuro que el sobaco de Obahma. El capítulo no editado de Historias para no Dormir, la segunda parte del Niño de las Monjas, y con toda seguridad, la crónica de una apostasía anunciada.


Escrito por: El Juan An.


Nota aclaratoria: todo esto ocurrió mucho antes de que me pasara lo de la vista, lo digo por lo de las descripciones visuales.

1 comentarios:

Anónimo dijo...

Muy bueno Juan.Tienes razon, es todo un trauma... Si nos dieran a elegir no creo que nadie hiciera la comunion...