Poema: "Andanzas de un Carnaval"

25 de febrero de 2009

Por Juan An

los guerreros de la orden callejera, once son.
han sitiado calles y esquinas,
enarbolando la bandera del humor,
pues del Teniente Tavira recibían bendición.
Tras su larga conquista,
la escalera de oro han besado al fin,
y merced al fervor del gentío,
solemnes por ella han logrado subir.
Sus cantos fueron gloria,
su gloria allí quedó,
grabada en pergaminos
que un ángel custodió.
Once son,
once locos valerosos,
quienes han prendido sus voces
con el néctar milagroso
que llovió de los dioses.
Once son,
once fuerzas que marchan ebrias de mil colores,
y que llaman paraíso a una plaza hecha de flores.
Cuentan que los hijos de Gades,
diéronles buen vino,
y que estos lo agradecían con su compás divino.
Dicen que juglares y trovadores actuaban por doquier,
más la tropa callejera
a ellos se unía después.
Ora aquí en un mesón,
once nobles se reponen de tan ardua misión.
Uno pregona extasiado
al resto de congregados,
que en torno a ellos
la leyenda a comenzado.
Pues narran,
que desde el asedio,
en lunas de invierno,
una alegre melodía,
brinca y resuena por aquellas callejuelas,
y que en una atalaya,
se ollen los pitos de cañade una bruja y un dios,
que claman con pavor,
cuando ven regresar
a once locos del carnaval.

Un Escrito Sin Título

18 de febrero de 2009

Por Juan An

Hoy no me siento ni vacío ni lleno, ni en quietud ni en zozobra,
ni con vosotros ni solo.
No soy de izquierdas, ni de derechas ni de centro.
No soy ni de Marx, ni del Cid, ni de Franco ni del Che.
Hoy me fugo de tu cielo y de mi averno, de la libertad y del presidio.
Hoy no me atacarán con sus drogas, ni me defenderé con las mías.
Hoy no importa si es por mis obras o por mi fe,
si es mi creencia o mi conciencia, si fue el mono, el barro, o que fue.
Hoy no soy ni cívico, ni cínico. Hoy no hay ni razón, ni sueño.
Hoy ni me esfuerzo, ni me abandono.
Ni doy, ni pido, hoy no me creo ni lo que digo.
Hoy no soy ni ciego ni vidente, ni acto ni docto,
ni cristiano, ni pagano.
No quiero ni a mi patria ni a la tuya.
No añoro ni a mi equipo ni a mi barrio.
Me avergüenzo de los himnos y banderas.
Me abochorno de mi guerra y de tu paz.
Hoy no cultivo la salud, ni utilizo el enfermar.
No persigo ni salvarme ni acercarte,
ni alzarte ni bajarme, ni alegrarte ni dolerme.
Hoy disuelvo la familia, pues me destierro vivo.
Hoy no me importa ni que me leas, ni lo que escribo.
No me afecta lo que piensen ni lo que pienso.
Hoy no acepto ni síes ni nóes.
Hoy busco para no encontrar.
Hoy no existe el demonio, aunque siempre lo supe.
Hoy no creo en la luz ni en la palabra,
al menos por instantes.
Ni en el pobre ni en el rico.
Ni en lo bueno ni en lo malo.
Hoy el fuego me moja y el agua me quema,
o quizá nó.
Hoy no me entenderás, ni pediré que me entiendas.
Soy un extraño, más no me inquieta,
hoy reina el sinsentido.
Hoy no ansío hacerte, ni que me hagas.
Hoy no creo ni en ritos ni en mesías,
ni en el dogma ni en su hereje.
Hoy no me atrapa la sangre,
ni el olvido, ni el recuerdo, ni ganarte, ni perderme.
Hoy no me sirve ni su ofensa ni mi trauma,
ni tu verdad ni mis mentiras.
Hoy lloro de tu risa y me río de mi llanto.
Hoy no me creo ni éter ni sustancia.
Hoy sólo amo en silencio.
Porque hoy estoy frente al océano, hoy soy inmortal,
y siento como mi alma se aleja hacia alta mar, sobre las mareas del Eterno.

Recuerdo de mi Primera Comunión.

10 de febrero de 2009

La Pasión de Juan An.
(Humor).

Hace 23 años fui el gran protagonista de un suceso tan luctuoso como cómico, que marcaría mi vida para siempre. En la mañana del 24 de mayo de 1986 se celebró mi primera y espero que última comunión, al menos en mis próximas quinientas reencarnaciones.

Sí, por supuesto que en este sentido texto hablaré también en tu nombre, y en el suyo señora, y en el tuyo Mari Mar. Pues díganme quién no ha pensado alguna vez crear una asociación de víctimas de la primera comunión, La A.V.I.C donde hacer terapia de grupo en el campo, y curas mediante hipnosis, en la que habría técnicas de desahogo utilizando siluetas de cartón con la imagen del cura de tu barrio, sobre la que poder jugar a los dardos mientras le gritas:

- ¿Por que lo hiciste, padre Piñata? ¿Por qué? ¿Por qué?

Pues, ¿quién no ha escondido alguna vez, colorado como un tomate de la vergüenza, el retrato de su primera comunión detrás de un jarrón cuando ha tenido visitas de amigos o algún ligue? Con ese peinadito de lengüetazo de vaca en ellos , y los lacitos en el caso de ellas.

Después de dos perdidos años en la catequesis, con un par de profesoras que sabían de teología lo mismo que podía saber yo de corte y confección; y de tener que confesarle mis pecados capitales a un sacerdote con mala uva, y con una sotana negra que de lejos me recordaba a Darth Vader, y de cerca al hijo secreto de Johnny Cash; recuerdo que me entró la angustia, pues intuía que se acercaba la hora, que llegaba el día en el que tendría que probarme el conjuntito blanco o azul oscuro, con la terrible incertidumbre de no saber si por la mente de mi madre ululaba la idea de un traje de marinerito o algo peor. Pero en seguida se desató la tragedia, pues sin entender cómo, de pronto me vi en un probador vestido de Popeye. Era como un “clips de playmóbil” con la ropa de Alfredo Landa en “Cateto a Babor“. Los zapatitos blancos fue el regalo de mi abuela, como es típico, y apretaban una barbaridad. El cordoncito de flecos estaba claro que era de oro. De oro del que cagó el moro, vamos.

Llegó el Sábado del sacrificio, y ya camino de la iglesia, con un frío que pelaba, y sin haber pegado ojo, iba sintiendo una inmensa pena de mi mismo. Estuve a punto de arrodillarme y exclamar: “¡Señor, si es posible pase de mí este cáliz!”. Pero el cáliz no pasó, y no sólo eso, sino que encima llevaba dentro un vino dulce de garrafón, de la misma tasca donde el vinagreta de mi vecino compraba el tinto peleón. Digo yo que el cura se podría haber estirado un poquito y haberse “pegao” un lingotazo de Pedro Ximénez, ¿no?

La ceremonia comenzaba con unas ofrendas, y un servidor era el encargado de ofrecer una vasija con agua, pero gracias a la intercepción del Espíritu Santo, también conocido como Palomita Buena Onda, al final fue una niña gordita quién entregó el presente por mí, pues de haber sido yo, conociéndome, el agua y la bandeja habrían llegado volando hasta la sacristía y un poquito más allá por lo menos.

Yo miraba descaradamente al cura y el cura me miraba a mí. El hombre lucía unas “pedazo” de gafas de vista amarillas, que eran, por mi madre, los escaparates de “Simago”, las que años después debió venderle al “!Sargento Slaughter” , ¡porque eran “clavaítas” !

Para más INRI, el niño que había a mi lado en el altar era el quinqui más grande de todo el condado, no mentaré su nombre por motivos de seguridad, aunque de todos modos no creo que ese navegue por Internet. Tenía en el pelo un buen remolino, y de atrás le salía una coletilla. Recuerdo con nitidez el momento en el que iba a comulgar, pues miraba con unos ojos de pocos amigos al padre Piñata… como diciéndole “¡Hostias las que yo te daba a ti!”. Yo lo vigilaba por el rabillo del ojo, ya que ese habría sido capaz de mangarme la cadenita, el cordón con la cruz, y hasta el sello de plata allí mismo . Aunque en el fondo me habría hecho un favor. Me dieron ganas de girarme y decirle: “No te apures titi, que hoy estarás conmigo en el paraíso.”

Les confieso que mientras ofrecíamos a duras penas el cántico ese de “Si en verdad Dios te ama di amén” , que tenía más coreografía que un videoclip de Locomía, yo observaba la primera banca , pensando: “¡Qué buenas cachas tiene la Silvia! ¡Que guapa se ha puesto con esas mallitas verde agua!” Era la hija de una clienta de mi madre, y esa niña sí que estaba para haberme fundido en comunión con ella, si me hubiera pillado con diez años más.

Lo cierto es que lo único que me consolaba era pensar en la montaña de regalos que me aguardaban luego, creo que este sentimiento es común en el 99% de los casos, ¿verdad? Pensaba en un monopatín, en la nave de Star Wars, en una maquinita de aquellas de monstruitos cutres que nos hacían alucinar, en unos tenis con luces, y en la equipación de Arconada. Al salir del templo, decenas de personas me rodeaban. Todos se querían fotografiar conmigo, me sentía tan alagado como la Pantoja en el Rocío, cuando iba con el caballo. Hasta la Silvia me regaló un beso, ¡mmmmmh!. La verdad es que tuve mi minuto de gloria, “pa que” vamos a negarlo. Muchos me decían “¡Felicidades!” Pero a mi sólo me preocupaba lo que habría dentro de las bolsas que portaban.

Una vez en el convite, yo jugaba con mi primo a escalar por los cajillos de cerveza, para así intentar olvidar el suplicio, pero mi madre se empeñaba en que fuera a reconocer y a saludar a su tía Manuela, a su primo Miguelito, y a la mujer de su sobrino, y yo les juro que por más que les miraba, era la primera vez en mi puñetera vida que los había visto, no conocía a ninguno de esos familiares, ni directos, ni indirectos. Seguro que esto les ha pasado a ustedes, ¡a que sí!

Más tarde mis padres me pusieron a repartir recordatorias a los invitados, pero yo intenté vendérselas a veinte duros, aunque no coló. Al cabo de unas horas, mi padre y mi tío Pepe, empezaban a realizar movimientos en zigzag con el cuerpo, y a cantar aquella copla de “Se Murió Carmen Amaya” , pero yo juraría que el vino de consagración se había quedado en el altar. Cuando llegó la ansiada hora de recibir los regalos, me froté las manos, pensando que tanto calvario pronto iba a tener su recompensa. Pero me llevé la desilusión de mi vida. Pues todos los regalos eran del tipo, “recuerdos de comunión”, pero absolutamente todos. Me llovieron guitarritas de esas blancas, de plástico con una muñequita pintada, plumas estilográficas con adornos dorados, libros cursis para recoger dedicatorias de parientes desconocidos, una cajita de música de color crema, con un angelito rezando, una agenda de las mismas tonalidades y motivos, y un juguetito, que era una cabina de teléfono, de color marfil, con caramelitos dentro. Cuando vi todo aquello, me harté de llorar. No sabía si destrozar a bocados el muñeco de comunión, o ahogarme dentro de la tarta. Para colmo de males, mis padres insistían en que sonriera, que ese era mi día y debía estar contento por recibir el santo sacramento, pero yo lo único que había recibido eran palos por tos lados.

Además recuerdo que no quería sonreír, porque hacía poco que se me habían caído casi todos los dientes de leche, y tenía toda la boca llena de mellas. Cuando la abría era una mezcla entre Gargamel, “el Peíto” y Juan Tamariz. El remate fue la cámara de videoaficionado con la que mi vecino Rafael grabó. Era de las primeras que salieron, y la imagen se veía verdosa y muy desenfocada. El resultado de la grabación os lo podéis imaginar: un esperpento de niño vestido de marinerito, con el trajecito lleno de lamparones, la cara de color verde como un “Green Lips” , y desenfocada, con gafas empañadas, la dentadura como la chilindrina, el lengüetazo de vaca en el flequillo y encima “cabreao” con los regalos.

Bueno, aquí concluyo el relato de mi inquisición, mi Cruz de Caravaca ,que encima lleva doble madero. Para mí sin duda este fue un trance más oscuro que el sobaco de Obahma. El capítulo no editado de Historias para no Dormir, la segunda parte del Niño de las Monjas, y con toda seguridad, la crónica de una apostasía anunciada.


Escrito por: El Juan An.


Nota aclaratoria: todo esto ocurrió mucho antes de que me pasara lo de la vista, lo digo por lo de las descripciones visuales.

El Sentido del Agradecimiento

4 de febrero de 2009

Cuenta un sabio refrán que es de bien nacido ser agradecido. También dice la letra de una canción: “Gracias a la vida, que me ha dado tanto, me ha dado la marcha de mis pies cansados.”



Mas oí a un místico musitar, que antes de la paz debe ser la gracia. Dar las gracias hace que se temple un alma humilde. Aquel que ejerce la gratitud, su rostro es suave, y lleno de claridad. Sin embargo, es la queja el pan nuestro de cada día, y paradójicamente ocurre en las sociedades más desarrolladas. Pues es lamentable ver las penitencias de personas arrastrando carretas llenas de demandas y exigencias que, naturalmente, nunca pueden ser saciadas. Se convierte en un querer y no poder. Y lo más grave, a mi parecer, es que el ser quejumbroso cohabita con una humanidad carente de todas las comodidades que él posee, y ya no sólo sin que muestre compasión alguna, sino que por el contrario con desprecio, o recelo en el mejor de los casos, porque el velo que cubre sus ojos no le deja contemplar algo más que no sea su aureola de importancia personal. Así es, mientras unas personas van a comprar a la frutería, cabizbajos y enfadados porque se les chafó la excursión a la nieve, otras dan gracias con lágrimas en los ojos porque al fin han podido llegar solos hasta la frutería, con la ayuda de unas muletas. Tal vez el acostumbramiento en el que nos vamos sumergiendo toscamente, y la pérdida de asombro hacia los acontecimientos de la vida cotidiana, y por supuesto el egocentrismo desmedido, nos ha llevado a valorar tan sólo lo exaltante, la grandilocuencia, la exuberancia emocional. El deber es desaprobado como un mal que hay que abolir porque no dignifica al ser humano, y los derechos siempre individuales, por supuesto, son los logros que mejor representan los principios de democracia y libertad.




Hay tantos motivos para dar gracias, a pesar de las crisis económicas, y a pesar de que todas las conjunciones lunares, planetarias, astrológicas y universales conspiren exclusivamente contra uno, (¡Qué importantes somos! ¿Eh?) que no habría excusa para tanta protesta, para tantos derechos, para tanto aburrimiento , para tanta aspiración a aburguesarse sin ser burgueses.¿Acaso no es un privilegio tener un colchón caliente donde poder forjar los sueños más prodigiosos, y los besos cómplices de una pasión liberadora? ¿Acaso no es un lujo casi inmerecido poder abrir un simple grifo cada mañana y que mágicamente brote un manantial de agua caliente? Son miles las mujeres y los niños que diariamente tienen que caminar más de veinte kilómetros, cargados con bidones, para conseguir un poco de agua contaminada con la que poder beber y cocinar. ¿Acaso no es una suerte poder vestir en cada jornada prendas limpias y nuevas a nuestro antojo? Pero es tanto el inconformismo y la ingratitud que nos atrevemos a romper la ropa o a comprarla ya con jirones y agujeros, porque de ello hemos hecho o nos han impuesto una moda de estética miserable.


El sentido de gratitud ante los alimentos lo despreciamos cuando hacemos a nuestro paladar selectivo, admitiendo unos alimentos y rechazando otros. O en tendencias como la gula, o en el extremo contrario la inapetencia o el miedo a engordar. Tal es la inconciencia ante la gracia que es en sí el alimento , que en los restaurantes “Self-Service” tienen que penalizar a los comensales que se marchan dejando los platos llenos de comida.¡Qué vergüenza!Díganme, y no es vana sensiblería, si no es motivo para dar gracias el que nos regalen la posibilidad de admirar las infinitas cúpulas de estrellas que adornan cada madrugada. Una obra que va más allá de cualquier expresión artística y de todas las maravillas reconocidas por la UNESCO, un fascinante espectáculo de magia sin truco, una danza mística de estelas, destellos y explosiones, de milagrosos verdes, rojos y dorados, que no desisten en llamar a despertar nuestra atención.Quiero culminar con un cuento que oí no hace mucho a un Bahai, y dice así:


Una vez el Señor de la Vida vino al mundo encarnado en un mendigo harapiento, y adentrándose en un pueblo llegó a la casa de un humilde zapatero. Tras saludarle, le pidió si podría arreglarle sus sandalias gratuitamente, ya que no tenía monedas con las que pagarle. El zapatero le respondió que de ninguna manera, pues ya estaba cansado de hacer favores sin remuneración alguna. Se lamentaba profundamente de ser humilde y de tener pocos recursos con los que sacar adelante a su familia. Entonces el mendigo le explicó:- Bueno, en realidad, si tú quieres, yo puedo darte cinco mil dólares a cambio de tus brazos.
El zapatero dudó un instante y luego le contestó que si hacía eso cómo iba a poder comer solo, cómo podría jugar a las cartas, y como iba a acariciar a sus hijos. El mendigo, después de oírlo dijo:

- Pues te compro los ojos a cambio de un millón de dólares.

El zapatero lo rechazó explicándole que cómo podría a partir de ahí trabajar, caminar sin tropezar y ver el amanecer. El vagabundo le ofreció tres millones de dólares a cambio de sus oídos. Pero el hombre no aceptó con el argumento de que sin oídos no podría escuchar los cantos de los pájaros ,ni cuando llaman a la puerta, ni la risa de su esposa. Entonces el mendigo le dijo:

- ¿Ves ahora, amigo, lo afortunado que eres y todos los tesoros que te entregó la vida?

Desde aquella hora, el buen hombre vivía dando gracias por cada respiración que el cielo le regalaba.

Muchas gracias .


Escrito por: El Juan An.