¡Eh vos, querés ilusionarte, ché!

26 de mayo de 2009






Por el Juan An.


Algunas de las preguntas que formulo cuando hago la entrevista a un paciente que acude por primera vez a la consulta son:

¿Tiene usted ilusiones en la vida?

¿Es aficionado a algo?

Y puedo decir por la experiencia de los años, que la respuesta más frecuente es: No. En el mejor de los casos te cuentan que oyen música o ven películas. También hay excepciones por supuesto.

Pero lo más inquietante es que muchas veces, no se trata de personas mayores, ni de depresivos, que en teoría debería ser el perfil habitual, sino de sujetos jóvenes, saludables e incluso con preparación académica. Hasta he observado que es una pregunta descolocante para los pacientes, ya que a veces no la relacionan con la patología que presentan.

¿Cómo se puede vivir sin ilusiones? ¿sin aficiones? ¿sin hobbies? Uno se plantea.

¿Será por una cuestión económica? ¿Será por falta de ofertas? Y a poco que nos fijemos, nos damos cuenta de que estos factores sólo pueden influir, pero no son la causa real de tal pérdida de aliciente. Más bien deberíamos indagar en otros aspectos que estarían más relacionados con los estilos de vida, y con la manera de percibir el mundo.

Es verdad que muchos anhelos dependen del dinero para poder cumplirse, pero también es cierto que otros muchos revoletean más en el plano de lo anímico, de lo espiritual y de los ideales. Por eso, la ausencia de motivaciones tal vez sea consecuencia del adormecimiento de nuestra consciencia, que no sabe o no puede aún apercibirse del extraordinario acontecer que es la vida en sí misma. Esta vida misteriosa que ya estaba antes de nosotros nacer, y que se desarrolla incomprensiblemente en un medio fascinante como es el cosmos.

Dicho con lenguaje poético, nuestro planeta es una giratoria perla azulina, suspendida en una nada sin confines, pero que no parece contener suficiente misterio, ni suficiente expresión de belleza y encanto, al menos para la "Especie Humanidad" que la habita en estos tiempos. También es un hecho desmoralizante el que nos hayamos convertido en desencantadores y desilusionadores profesionales de los sueños de otros seres que aún tienen a bien vivir con entusiasmo.

Seguro que muchos de ustedes han sentido en sus carnes, alguna vez, el que alguien les halla puesto pegas y obstáculos a un proyecto o a un ideal, que en ese momento era un alimento perentorio para su alma. Y si rebuscan en el baúl de sus vivencias también puede que se descubran como la espada cortante que en un momento determinado sesgó los sueños de otras personas.

Esta actitud involutiva que mantiene el ser humano de cuestionar y sopesar las ideas e ilusiones, bien sea en uno mismo o en los demás, casi siempre suele ir en relación a la renta o el beneficio que se vaya a obtener al final del camino. De tal forma que si aquello que se promueve no resulta económicamente beneficioso , no es conveniente y se termina viendo como una acción de simple candidez, o poco inteligente.

La pérdida de la capacidad de asombro de la que ya he hablado en otros comentarios, es quizá el origen de los sin sabores que experimenta nuestro corazón. Y así, los pequeños detalles que van conformando la existencia, no son vivenciados con el interés y la atención que merecen. Como consecuencia, terminamos lanzándonos a la búsqueda de emociones fuertes y desafiantes, donde el riesgo y la extralimitación son la ansiada vitamina para la resurrección. Así que jódanse los viejos y los impedidos, que la verdad de sentirse vivos y renovados depende de engancharse de una pata y tirarse con una cuerda por un puente, o de poner la “Kawa” a la velocidad que a uno le salga de los mismísimos cojones. Claro, en esta ausencia de ilusión, de nuevo “Don Ego” puede verse implicado. De ahí a que tengamos que escuchar frases como:

-Pero es que a mí esta ciudad ya se me ha quedado pequeña

Y uno dice:

-¡Coño! ¡Tanto as engordado tú, Johnny!

A quien le pudiera valer las experiencias personales de un servidor, le diré que por suerte, cada amanecer me levanto con un gusanillo nuevo en la barriga. A veces es un libro que me gustaría leer, otras veces es algún plato que quiero probar. Ahora estoy haciendo teatro, y por otro lado, voy aprendiendo algo más sobre vinos. También, desde hace algunos meses, ando preparando productos naturales, como pomadas, ambientadores o dentríficos que elaboro lo más artesanalmente que puedo, porque creo que la artesanía es un arte que sana.

Las aficiones pienso que hay que querer encontrarlas, y flirtear con ellas, aunque al principio no nos interesen demasiado. Con un poco de apertura, les vamos cogiendo el gusto, y si tenemos la fortuna de encontrar a personas que sepan contagiarnos su pasión hacia algo, entonces la magia se dará.

Recuerdo a un albañil que trabajaba cada día tras el muro que daba a mi consultorio. Una buena mañana llegó desbordado, como si hubiese visto una aparición mariana. Pude escuchar como le contaba a sus compañeros una experiencia que había vivido el día anterior en el campo de su hermana.

Les explicaba que a media tarde, mientras tomaba café en el porche, observó que debajo de una parra había un grupo de hormigas, perfectamente organizadas, que cargaban con unas gigantescas cáscaras de frutos secos, y que lo hacían con una gracia y una habilidad que impresionaba . Entregado en su narración, les detallaba el tortuoso camino que recorrieron hasta finalmente introducir sus provisiones en el hormiguero.

Sin duda aquella revelación vivida en lo que podría representar el “micro-mundo”, conmovió de forma ilusionante a aquel buen hombre. Es obvio que había entrado en un estado amplificado de consciencia donde pudo ver la belleza de lo pequeño, en un instante de contemplación.

Puede que sea este el primer descubrimiento para vivir ilusionadamente, la contemplación. Un estado que coloca al ser en una posición de dignidad, donde no se interviene en los procesos, siendo uno un mero espectador de la gran función. En esta disposición se obtiene una calma tan necesitada como provechosa. Una serenidad que nos permite ver el juego vivaz de una naturaleza alegremente ilusionada. Una parsimonia, que nos sensibiliza para así empaparnos del ánima de todos los elementos en sus inagotables recreaciones.

Yo siento como la vida todavía se ilusiona consigo misma, entreteniendo al ciprés con el viento. Maquillando las amorosas tardes con sus difuminadas acuarelas. Acudiendo fielmente a las citas estacionales. Contemplando, siento que el nido de un pájaro aún sigue siendo la cuna más tierna que he conocido. Siento como la savia se afana por ornamentar el bosque, perfumando su madera. Y siento como aún la creación derrocha divertimento, produciendo en su expansividad más y más urdimbres de universo, nuevos tiempos y espacios, para que sean sembrados de inimaginadas posibilidades.

Quiero culminar este texto con el mismo mantra con el que lo empecé.

¡Eh vos, querés ilusionarte ché!

1 comentarios:

Oscar y Goya dijo...

y así nos sabemos enamorados, amados, seducidos por cada detralle de la creación, por sus aromas, por los sortilegios en el camino de lo siempre posible