Escrito por el JuanAn.
Se va acercando la hora nupcial, tan soñada por ella desde que nadaba en el vientre de su madre. Pues la Charito pertenece a una de esas predominantes familias cristianas , concretamente del catolicismo más desnatado y bajito en calorías. De esas que no se quisieran morir sin haber pasado por la vicaría vestidita de blanco, frecuentadora de iglesias (es decir asiste a bautizos, comuniones, confirmaciones, funerales, bodas, bodas de plata, de oro...). Y por supuesto acude en Semana Santa para ver como han adornado el paso del cristo de la Misericordia. Su declaración de fé más testimonial y para nada contradictoria, gusta ofrecerla cuando se sumerje en profundas reflexiones teológicas, diciendo:
-Yo soy católica, pero no creo en los curas.
Su mejor excusa para justificarse de que no va a llegar inmaculada al matrimonio será confesarle al sacerdote que el virgo se lo dejó pegado en el potro del colegio con nueve años, saltando en clase de gimnasia.
Él, sin embargo, es de otra manera de pensar. Es más de su madre, y de su cañita de pescar. Al Antoñín le da igual casarse a los 35, que a los 40 , o vivir “arejuntao”. Y si por él fuera, iría al altar perfectamente con el traje que le prestó su hermano para el cotillón de fin de año. Para él, el misterio de la santísima trinidad es cuando contempla a Xavi, a Mesi y a Iniesta haciendo milagros sobre el césped. Y el débil ideal que aún conserva de la familia tradicional, lo manda rapidamente al carajo cada vez que vuelve de visitar a su cuñado y a sus siete sobrinos.
No piensen, queridos lectores, que son ajenos a este arquetipo de novios que les presento, pues la Charito y el Antoñín podrían ser tranquilamente cualquiera de ustedes... ¿o no?
¡Ay, que ilusión! Al fin se han sentado los dos pavitos a hacer la lista de invitados, pero cada dos minutos se está asomando la futura suegra para recordarles que también hay que invitar a la vecina de la abuela, y a su tía segunda. Poco a poco, la susodicha va ganando terreno. Ha pasado un cuarto de hora, y cuando se han dado cuenta, ya está sentada en el sofá en medio de los dos con el papel y el boli en la mano, apuntando nombres sin parar.
Y llega la despedida de solteros, que no es otra cosa que la última voluntad antes de la horca. Es la necesidad de paladear intensamente lo que será el último vómito de juventud. Pero eso sí, de forma original, porque ellos rompen con lo establecido. O sea, la Charito se va de marcha con cinco amigas, a ver a los “boys” y luego a la “disco”, ya hartas de chupitos, con una banda de miss y un nabo de goma en la cabeza. Entre tanto , en la otra parte de la ciudad, el Antoñín es tentado por sus amigos del “futbito” en la barra de un prostíbulo para que se entregue a los desatados placeres caribeños. Pero nuestro hombre es muy fiel a la Charito, y al final es él quién se queda en el taburete, con un calentón grandísimo, tomando un cubata mientras que a sus colegas ya se los han llevado a la primera planta.
Van pasando los días, y sólo falta una semana. El móvil de Antoñín empieza a sonar . Se van dando las primeras bajas de conocidos , que por diferentes imprevistos no podrán acudir a la boda. El Antoñín se lamenta en el teléfono ante cada invitado de menos, expresándoles con voz desencantada:
-¡No me jodas! ¡No me digas que no puedes venir! ¡Qué lástima, de verdad!
Y cuando cuelga, se frota las manos y sonriente dice:
-¡A tomar por culo, dos cubiertos menos que pagar!
¡Tolón, tolón, repican las campanas del Carmen! Es el Sábado del gran enlace. El momento más ansiado para nuestra novia. Su piedra angular. La primera meta de su realización como mujer en la vida, tras largos años buscando su identidad femenina. Sin duda alguna el día más importante de cualquier muchacha normal y corriente que se precie .
A cuentagotas van apareciendo en la plaza los primeros familiares y amigos. ¡Qué guapos están todos! Hasta el hortera que siempre anda con los Nike y los pantalones de camuflaje hoy va vestido de Adolfo Domínguez. ¡Oh, no, horror! Por una esquina acaba de aparecer Belén, la típica invitada “mete-pata”, luciendo un deslumbrante vestido blanco, chafándole con ese sacro color toda la exclusividad a la pobre novia. En el sector femenino se percibe un malestar general. La Gertrudis y la Ramona hacen “por lo bajini” sus primeros comentarios sobre el padrino:
-Escucha, esto entre nosotras, yo que quieres que te diga, pero el padre de la novia tiene toda la cara del capullo que lleva "plantao" en la solapa.
La Taila irradia en su mirada la lozanía de sus 27 añitos, y sobre todo la ilusión de poder estrenar el vestido corto que ha adquirido en una boutique de diseño. ¡Pero, maldición, No es posible! Rosalía, la hija del tapicero acaba de aparecer entre las bancas con el mismo vestido que ella, pues hasta en la flor es calcado. Se produce un tensísimo cruce de miradas entre ambas. La Taila se deshace en su asiento, quiere morirse.
Pasan unos minutos, la Charito ya está entrando en el templo, solemnemente, como la princesa que es. En ese instante suena la marcha de Méndelson que estremece a todos los presentes con sus sublimes notas. Al paso de la novia, la Gertrudis y la Ramona murmuran en voz baja:
-¡Uy, la Charito, lo recargada de pintura que va! ¡Está feísima, por Dios!
- ¿A donde irá con tantos volantes? ¿a la feria? ¡Ja, ja, ja! Y con ese escote de palabra de honor, que le llegan las tetas a la barbilla...
Por otros motivos, además de la boda, este no es un Sábado cualquiera, pues en este preciso momento España está jugando un partido crucial, acontecimiento que ha provocado que la mitad de los varones hayan pasado de la ceremonia y estén todos metidos en el bar de en frente, llenándolo hasta la bandera. Es obvio que el Antoñín también se iría con ellos a animar a “La Roja” si pudiera escaparse. Efectivamente , cosas así suceden cuando menos lo esperas.
El ritual transcurre con normalidad, se lo pueden imaginar, entre las travaderas de lengua del novio a la hora de leer y los gritos y llantos de una jauría de niños histéricos perdidos. El monaguillo, ya un poquito nervioso, susurra:
-Que venga Herodes, por Dios, que venga Herodes...
El sacerdote es un joven paraguayo de 28 años, que tiene que hacer de tripas corazón para evitar fijar sus ojos, en los rebosantes senos que buyen del escotazo de la novia, dignos de hacerle pensar en colgar los hábitos en la puerta de cualquier agencia de contactos. Por otro lado, el monaguillo, que ya lo venía catando, dice para sus adentros:
-¡Hay que ver, la carita de Pájaro Espino que se le está poniendo al gachó!
Ya fuera de la iglesia, una lluvia de pétalos de rosas y pompas de jabón envuelven a los recién casados. La Gertrudis y la Ramona se les acercan risueñas, toman entre sus manos la carita de la Charito, y tras colmarla de besos afectuosos, le dicen:
-¡Muchas felicidades tesoro!
-¡Pero qué guapísima vas!
-¡Estás preciosa con ese vestido tan fino!
-¡Y que elegante se ha puesto tu padre!
Gritos de “¡Vivan los novios!” se suceden unos a otros. Los claxon de los coches jalean en toda la Calle Real, pero no en homenaje a los esposos, sino… ¡porque ha ganado España! Desde el bar de enfrente terminan de llegar apresuradamente los últimos rezagados.
El primer mal trago que hay que beber cuando se entra en el salón del banquete es no saber con quién te pondrán en la mesa. El segundo es tener que confirmar lo que te temías. Pues, por misterios del destino, a la Taila y la Rosalía les acaba de tocar juntas. Codo con codo, flor con flor. Para el resto de invitados, ya son la Pili y Mili, las Zipi y Zape de la fiesta. A la Taila se le ha corrido todo el “Margaret Astor” de la pena. Pero aún le queda la esperanza de que el vestido de la Rosalía termine manchado de vino tinto de arriba a bajo. En la mesa contigua se sientan Amanda y Brandon, una parejita que profesa la religión Jainista, pero que han tenido que asistir por cojones a la iglesia, pues de lo contrario la Charito no les habría perdonado en la vida tal ofensa. Al otro lado del salón, los maridos de la Gertrudis y la Ramona intercambian sus impresiones sobre el ambiente:
-No veas como menean el bigote los familiares del novio, luego dicen que son gente de poco comer, y no han levantado la cabeza del plato en toda la noche.
La Ramona, hace una crítica constructiva:
-¡Uy, qué torcida lleva la peineta la madrina! ¡Parece que le han dado una "pedrá"! ¡Ja, ja, ja!
- Se habrá enganchado con un árbol... ¡Ja, ja, ja, ja!
En ese momento, la Ramona se levanta y con voz de pregonero de caballas grita:
-¡Viva la madre de el noviooo!
Y todos responden:
-¡Vivaaaa!
Hasta hace unos años, en las bodas se veían a unas señoras que, a modo de carterista de metro, iban rapiñando en una fiambrera comida de cada plato, que después guardaban en su bolso de carey. Desafortunadamente, esta figura ya se ha extinguido, como todo lo que es auténtico, pero lo que sí ha sobrevivido es otro personaje mítico, que, cómo no, hoy se encuentra en nuestra cena. El “Pulga”, un simpático sesentón que entre sus pies descalzados ha escondido dos botellitas de vino que más tarde se irá bebiendo reposadamente.
Mientras, el Jose Mari, que desde que se sentó está poniendo carita de asco, acaba de entrar en acción:
-¡Hay que ver que poca comida! La guarnición está flotando en aceite. ¡Qué lamiosas están las cocretas! No han sido capaces de poner ni unas gambitas... Igualito que en la boda de mi hijo, vamos, que había de todo, hasta el sorbete estaba hecho de lima con jazmín... ¡Muchachooo, cuando a ti te dé la gana nos traes otra jarra de cervecita, que por aquí estamos secos!
¡Aaah, qué desgracia! Un camarero ha resbalado con la pringue del suelo, y ha volcado una bandeja entera de medallones de merluza en salsa verde encima de la Taila. Todo el local se descojona. Hasta los novios de plástico que hay en el pastel han soltado una gran carcajada diabólica.
Al Antoñín le chispean los ojos, pues los sobres con el dinerito se van amontonando. Más tarde descubrirán que varios vienen vacíos, hasta hay uno con un billete del Monopoly, en el que se lee: “Lo siento, pero está la cosa mu negra. La intención es lo que cuenta. Un beso, anónimo”.
¡Ay, Dios, no es posible, creí que al menos en esta boda no ocurriría, pero sí! Con el pastón que la madre de la Charito se ha dejado en Pro-Novia, y toda la dedicación de unas estilistas que se han pasado tres horas entre el peinado, el postizo y el maquillaje… para que la niña de pronto aparezca con unos tenis de macarra, comprados en el baratillo, con la idea de que no le duelan los pies en el baile.
Son las 6 de la mañana. Un portero es avisado de que fuera hay un patoso liándola. Se trata del Angelito, un profesor de educación vial, primo del novio, que quiere marcharse en su coche con su mujer y sus tres chiquillos. Hasta ahí bien. El problema es que lleva en la sangre media bodega de Chiclana y otra media de Jeréz. El portero del local y tres señores más intentan convencerlo para que se vayan en taxi:
-Angelito, tu coche no es el rojo, es el blanco... anda, dame la llave por favor...
-¡A ti guien te ha dicho gue yyo no toi pa condusí, pedaso dde sieso! ¿Gue me estai pidiendo violensia? ¿no?¡Pue o voy a partí to la ensía, con una patá de kun fú, y luego voy a llamá a la puulisía, pa gue te ponga lass espuela!
Una semana y media después...
La madre de la novia recibe una llamada desde la embajada española de República Dominicana. Le informan de que su hija y su yerno han estado cuatro días ingresados en un hospital, pues en el barco que les llevaba a la costa fueron devorados por una plaga de chinches. Le aseguran que ya están perfectamente, pero que ahora deberán permanecer encerrados en el hotel durante un tiempo, ya que Punta Cana está en alerta máxima debido a la inminente amenaza de un huracán.
Al final el huracán no llegó hasta allí, pero el regreso a casa se demoró cuarenta y ocho horas más, porque coincidió que había huelga de pilotos, lo que ocasionó que tuvieran que hacer dos noches en las salas del aeropuerto. Ya en Barajas, sufrieron otro percance debido a que se perdieron las maletas.
Siete meses después del enlace, la Charito y el Antoñín han decidido divorciarse. Los motivos son insalvables. El no soporta el olor de la cera de depilar de la Charito, ni que su suegra deje los sujetadores detrás de la puerta del cuarto de baño. Y ella no tolera que él tire los calcetines debajo de la cama, ni que tras ir al báter, no pase bien la escobilla.
Pero no supongan que esta historia va a culminar mal, eso jamás. Actualmente el Antoñín vive de nuevo con su madre, y es feliz entrenando los fines de semana a los alevines. Todos los sábados se va de juerga con el Angelito, y entre esas, le sale algún que otro apaño. La Charito ha comenzado una relación con un sargento canario, que parece buen hombre. Ella está encantadísima, pues él le ha prometido un nuevo matrimonio, dos hijos, una hipoteca y una bañera antiestrés. Incluso piensa llevarla todos los veranos de vacaciones a Benidorm, a pesar de que ahora viven en pleno paseo marítimo de Cádiz.
The End
Se va acercando la hora nupcial, tan soñada por ella desde que nadaba en el vientre de su madre. Pues la Charito pertenece a una de esas predominantes familias cristianas , concretamente del catolicismo más desnatado y bajito en calorías. De esas que no se quisieran morir sin haber pasado por la vicaría vestidita de blanco, frecuentadora de iglesias (es decir asiste a bautizos, comuniones, confirmaciones, funerales, bodas, bodas de plata, de oro...). Y por supuesto acude en Semana Santa para ver como han adornado el paso del cristo de la Misericordia. Su declaración de fé más testimonial y para nada contradictoria, gusta ofrecerla cuando se sumerje en profundas reflexiones teológicas, diciendo:
-Yo soy católica, pero no creo en los curas.
Su mejor excusa para justificarse de que no va a llegar inmaculada al matrimonio será confesarle al sacerdote que el virgo se lo dejó pegado en el potro del colegio con nueve años, saltando en clase de gimnasia.
Él, sin embargo, es de otra manera de pensar. Es más de su madre, y de su cañita de pescar. Al Antoñín le da igual casarse a los 35, que a los 40 , o vivir “arejuntao”. Y si por él fuera, iría al altar perfectamente con el traje que le prestó su hermano para el cotillón de fin de año. Para él, el misterio de la santísima trinidad es cuando contempla a Xavi, a Mesi y a Iniesta haciendo milagros sobre el césped. Y el débil ideal que aún conserva de la familia tradicional, lo manda rapidamente al carajo cada vez que vuelve de visitar a su cuñado y a sus siete sobrinos.
No piensen, queridos lectores, que son ajenos a este arquetipo de novios que les presento, pues la Charito y el Antoñín podrían ser tranquilamente cualquiera de ustedes... ¿o no?
¡Ay, que ilusión! Al fin se han sentado los dos pavitos a hacer la lista de invitados, pero cada dos minutos se está asomando la futura suegra para recordarles que también hay que invitar a la vecina de la abuela, y a su tía segunda. Poco a poco, la susodicha va ganando terreno. Ha pasado un cuarto de hora, y cuando se han dado cuenta, ya está sentada en el sofá en medio de los dos con el papel y el boli en la mano, apuntando nombres sin parar.
Y llega la despedida de solteros, que no es otra cosa que la última voluntad antes de la horca. Es la necesidad de paladear intensamente lo que será el último vómito de juventud. Pero eso sí, de forma original, porque ellos rompen con lo establecido. O sea, la Charito se va de marcha con cinco amigas, a ver a los “boys” y luego a la “disco”, ya hartas de chupitos, con una banda de miss y un nabo de goma en la cabeza. Entre tanto , en la otra parte de la ciudad, el Antoñín es tentado por sus amigos del “futbito” en la barra de un prostíbulo para que se entregue a los desatados placeres caribeños. Pero nuestro hombre es muy fiel a la Charito, y al final es él quién se queda en el taburete, con un calentón grandísimo, tomando un cubata mientras que a sus colegas ya se los han llevado a la primera planta.
Van pasando los días, y sólo falta una semana. El móvil de Antoñín empieza a sonar . Se van dando las primeras bajas de conocidos , que por diferentes imprevistos no podrán acudir a la boda. El Antoñín se lamenta en el teléfono ante cada invitado de menos, expresándoles con voz desencantada:
-¡No me jodas! ¡No me digas que no puedes venir! ¡Qué lástima, de verdad!
Y cuando cuelga, se frota las manos y sonriente dice:
-¡A tomar por culo, dos cubiertos menos que pagar!
¡Tolón, tolón, repican las campanas del Carmen! Es el Sábado del gran enlace. El momento más ansiado para nuestra novia. Su piedra angular. La primera meta de su realización como mujer en la vida, tras largos años buscando su identidad femenina. Sin duda alguna el día más importante de cualquier muchacha normal y corriente que se precie .
A cuentagotas van apareciendo en la plaza los primeros familiares y amigos. ¡Qué guapos están todos! Hasta el hortera que siempre anda con los Nike y los pantalones de camuflaje hoy va vestido de Adolfo Domínguez. ¡Oh, no, horror! Por una esquina acaba de aparecer Belén, la típica invitada “mete-pata”, luciendo un deslumbrante vestido blanco, chafándole con ese sacro color toda la exclusividad a la pobre novia. En el sector femenino se percibe un malestar general. La Gertrudis y la Ramona hacen “por lo bajini” sus primeros comentarios sobre el padrino:
-Escucha, esto entre nosotras, yo que quieres que te diga, pero el padre de la novia tiene toda la cara del capullo que lleva "plantao" en la solapa.
La Taila irradia en su mirada la lozanía de sus 27 añitos, y sobre todo la ilusión de poder estrenar el vestido corto que ha adquirido en una boutique de diseño. ¡Pero, maldición, No es posible! Rosalía, la hija del tapicero acaba de aparecer entre las bancas con el mismo vestido que ella, pues hasta en la flor es calcado. Se produce un tensísimo cruce de miradas entre ambas. La Taila se deshace en su asiento, quiere morirse.
Pasan unos minutos, la Charito ya está entrando en el templo, solemnemente, como la princesa que es. En ese instante suena la marcha de Méndelson que estremece a todos los presentes con sus sublimes notas. Al paso de la novia, la Gertrudis y la Ramona murmuran en voz baja:
-¡Uy, la Charito, lo recargada de pintura que va! ¡Está feísima, por Dios!
- ¿A donde irá con tantos volantes? ¿a la feria? ¡Ja, ja, ja! Y con ese escote de palabra de honor, que le llegan las tetas a la barbilla...
Por otros motivos, además de la boda, este no es un Sábado cualquiera, pues en este preciso momento España está jugando un partido crucial, acontecimiento que ha provocado que la mitad de los varones hayan pasado de la ceremonia y estén todos metidos en el bar de en frente, llenándolo hasta la bandera. Es obvio que el Antoñín también se iría con ellos a animar a “La Roja” si pudiera escaparse. Efectivamente , cosas así suceden cuando menos lo esperas.
El ritual transcurre con normalidad, se lo pueden imaginar, entre las travaderas de lengua del novio a la hora de leer y los gritos y llantos de una jauría de niños histéricos perdidos. El monaguillo, ya un poquito nervioso, susurra:
-Que venga Herodes, por Dios, que venga Herodes...
El sacerdote es un joven paraguayo de 28 años, que tiene que hacer de tripas corazón para evitar fijar sus ojos, en los rebosantes senos que buyen del escotazo de la novia, dignos de hacerle pensar en colgar los hábitos en la puerta de cualquier agencia de contactos. Por otro lado, el monaguillo, que ya lo venía catando, dice para sus adentros:
-¡Hay que ver, la carita de Pájaro Espino que se le está poniendo al gachó!
Ya fuera de la iglesia, una lluvia de pétalos de rosas y pompas de jabón envuelven a los recién casados. La Gertrudis y la Ramona se les acercan risueñas, toman entre sus manos la carita de la Charito, y tras colmarla de besos afectuosos, le dicen:
-¡Muchas felicidades tesoro!
-¡Pero qué guapísima vas!
-¡Estás preciosa con ese vestido tan fino!
-¡Y que elegante se ha puesto tu padre!
Gritos de “¡Vivan los novios!” se suceden unos a otros. Los claxon de los coches jalean en toda la Calle Real, pero no en homenaje a los esposos, sino… ¡porque ha ganado España! Desde el bar de enfrente terminan de llegar apresuradamente los últimos rezagados.
El primer mal trago que hay que beber cuando se entra en el salón del banquete es no saber con quién te pondrán en la mesa. El segundo es tener que confirmar lo que te temías. Pues, por misterios del destino, a la Taila y la Rosalía les acaba de tocar juntas. Codo con codo, flor con flor. Para el resto de invitados, ya son la Pili y Mili, las Zipi y Zape de la fiesta. A la Taila se le ha corrido todo el “Margaret Astor” de la pena. Pero aún le queda la esperanza de que el vestido de la Rosalía termine manchado de vino tinto de arriba a bajo. En la mesa contigua se sientan Amanda y Brandon, una parejita que profesa la religión Jainista, pero que han tenido que asistir por cojones a la iglesia, pues de lo contrario la Charito no les habría perdonado en la vida tal ofensa. Al otro lado del salón, los maridos de la Gertrudis y la Ramona intercambian sus impresiones sobre el ambiente:
-No veas como menean el bigote los familiares del novio, luego dicen que son gente de poco comer, y no han levantado la cabeza del plato en toda la noche.
La Ramona, hace una crítica constructiva:
-¡Uy, qué torcida lleva la peineta la madrina! ¡Parece que le han dado una "pedrá"! ¡Ja, ja, ja!
- Se habrá enganchado con un árbol... ¡Ja, ja, ja, ja!
En ese momento, la Ramona se levanta y con voz de pregonero de caballas grita:
-¡Viva la madre de el noviooo!
Y todos responden:
-¡Vivaaaa!
Hasta hace unos años, en las bodas se veían a unas señoras que, a modo de carterista de metro, iban rapiñando en una fiambrera comida de cada plato, que después guardaban en su bolso de carey. Desafortunadamente, esta figura ya se ha extinguido, como todo lo que es auténtico, pero lo que sí ha sobrevivido es otro personaje mítico, que, cómo no, hoy se encuentra en nuestra cena. El “Pulga”, un simpático sesentón que entre sus pies descalzados ha escondido dos botellitas de vino que más tarde se irá bebiendo reposadamente.
Mientras, el Jose Mari, que desde que se sentó está poniendo carita de asco, acaba de entrar en acción:
-¡Hay que ver que poca comida! La guarnición está flotando en aceite. ¡Qué lamiosas están las cocretas! No han sido capaces de poner ni unas gambitas... Igualito que en la boda de mi hijo, vamos, que había de todo, hasta el sorbete estaba hecho de lima con jazmín... ¡Muchachooo, cuando a ti te dé la gana nos traes otra jarra de cervecita, que por aquí estamos secos!
¡Aaah, qué desgracia! Un camarero ha resbalado con la pringue del suelo, y ha volcado una bandeja entera de medallones de merluza en salsa verde encima de la Taila. Todo el local se descojona. Hasta los novios de plástico que hay en el pastel han soltado una gran carcajada diabólica.
Al Antoñín le chispean los ojos, pues los sobres con el dinerito se van amontonando. Más tarde descubrirán que varios vienen vacíos, hasta hay uno con un billete del Monopoly, en el que se lee: “Lo siento, pero está la cosa mu negra. La intención es lo que cuenta. Un beso, anónimo”.
¡Ay, Dios, no es posible, creí que al menos en esta boda no ocurriría, pero sí! Con el pastón que la madre de la Charito se ha dejado en Pro-Novia, y toda la dedicación de unas estilistas que se han pasado tres horas entre el peinado, el postizo y el maquillaje… para que la niña de pronto aparezca con unos tenis de macarra, comprados en el baratillo, con la idea de que no le duelan los pies en el baile.
Son las 6 de la mañana. Un portero es avisado de que fuera hay un patoso liándola. Se trata del Angelito, un profesor de educación vial, primo del novio, que quiere marcharse en su coche con su mujer y sus tres chiquillos. Hasta ahí bien. El problema es que lleva en la sangre media bodega de Chiclana y otra media de Jeréz. El portero del local y tres señores más intentan convencerlo para que se vayan en taxi:
-Angelito, tu coche no es el rojo, es el blanco... anda, dame la llave por favor...
-¡A ti guien te ha dicho gue yyo no toi pa condusí, pedaso dde sieso! ¿Gue me estai pidiendo violensia? ¿no?¡Pue o voy a partí to la ensía, con una patá de kun fú, y luego voy a llamá a la puulisía, pa gue te ponga lass espuela!
Una semana y media después...
La madre de la novia recibe una llamada desde la embajada española de República Dominicana. Le informan de que su hija y su yerno han estado cuatro días ingresados en un hospital, pues en el barco que les llevaba a la costa fueron devorados por una plaga de chinches. Le aseguran que ya están perfectamente, pero que ahora deberán permanecer encerrados en el hotel durante un tiempo, ya que Punta Cana está en alerta máxima debido a la inminente amenaza de un huracán.
Al final el huracán no llegó hasta allí, pero el regreso a casa se demoró cuarenta y ocho horas más, porque coincidió que había huelga de pilotos, lo que ocasionó que tuvieran que hacer dos noches en las salas del aeropuerto. Ya en Barajas, sufrieron otro percance debido a que se perdieron las maletas.
Siete meses después del enlace, la Charito y el Antoñín han decidido divorciarse. Los motivos son insalvables. El no soporta el olor de la cera de depilar de la Charito, ni que su suegra deje los sujetadores detrás de la puerta del cuarto de baño. Y ella no tolera que él tire los calcetines debajo de la cama, ni que tras ir al báter, no pase bien la escobilla.
Pero no supongan que esta historia va a culminar mal, eso jamás. Actualmente el Antoñín vive de nuevo con su madre, y es feliz entrenando los fines de semana a los alevines. Todos los sábados se va de juerga con el Angelito, y entre esas, le sale algún que otro apaño. La Charito ha comenzado una relación con un sargento canario, que parece buen hombre. Ella está encantadísima, pues él le ha prometido un nuevo matrimonio, dos hijos, una hipoteca y una bañera antiestrés. Incluso piensa llevarla todos los veranos de vacaciones a Benidorm, a pesar de que ahora viven en pleno paseo marítimo de Cádiz.
The End