Poema: "Alquimia de la Poesía".

10 de julio de 2009

Alquimia De La Poesía

Por el Juan An

Dicen que la poesía eleva la forma,
que es fiel aliada de amantes que ansían plenitud.
Dicen que es un fármaco que al delirio lleva,
y yo que así la vivo sólo puedo sucumbir.
Es urdir dos mundos
con los sutiles filamentos que posee.
Es ajustar los anclajes del alma
con el más allá de cualquier cosa.
Justo donde te encuentro.
Más allá del eco de tu voz,
en su música bellísima.
Más allá del crisol de tu piel,
en tu lumínica esencia.
Pues ella es mi jerga, mi estancia,
y cuando al Dios del verso invoque
de nuevo errará
quien me cree vivir en la negrura.
Porque un verso mis sentidos sublima,
para admirarte como un visionario entusiasta.
Porque un verso me torna libre,
para idear tu cuerpo a mi antojo.
Y siempre dirá la verdad.
Y ya tu cuello no será deseo carnal,
sino mi senda iniciática.
La antesala de un milagro, tu boca,
y esa boca dará el fruto inmortal que eterniza,
y así tu frente no será anatomía,
sino pradera que al cielo se abre.
Y ya sé que aunque no reviviré en tus besos,
tampoco lo hará por más que te diera
el que huérfano de poesía
en tus labios un día arribe

Hasta que mi Suegra nos Separe

17 de junio de 2009

Escrito por el JuanAn.


Se va acercando la hora nupcial, tan soñada por ella desde que nadaba en el vientre de su madre. Pues la Charito pertenece a una de esas predominantes familias cristianas , concretamente del catolicismo más desnatado y bajito en calorías. De esas que no se quisieran morir sin haber pasado por la vicaría vestidita de blanco, frecuentadora de iglesias (es decir asiste a bautizos, comuniones, confirmaciones, funerales, bodas, bodas de plata, de oro...). Y por supuesto acude en Semana Santa para ver como han adornado el paso del cristo de la Misericordia. Su declaración de fé más testimonial y para nada contradictoria, gusta ofrecerla cuando se sumerje en profundas reflexiones teológicas, diciendo:

-Yo soy católica, pero no creo en los curas.

Su mejor excusa para justificarse de que no va a llegar inmaculada al matrimonio será confesarle al sacerdote que el virgo se lo dejó pegado en el potro del colegio con nueve años, saltando en clase de gimnasia.

Él, sin embargo, es de otra manera de pensar. Es más de su madre, y de su cañita de pescar. Al Antoñín le da igual casarse a los 35, que a los 40 , o vivir “arejuntao”. Y si por él fuera, iría al altar perfectamente con el traje que le prestó su hermano para el cotillón de fin de año. Para él, el misterio de la santísima trinidad es cuando contempla a Xavi, a Mesi y a Iniesta haciendo milagros sobre el césped. Y el débil ideal que aún conserva de la familia tradicional, lo manda rapidamente al carajo cada vez que vuelve de visitar a su cuñado y a sus siete sobrinos.

No piensen, queridos lectores, que son ajenos a este arquetipo de novios que les presento, pues la Charito y el Antoñín podrían ser tranquilamente cualquiera de ustedes... ¿o no?


¡Ay, que ilusión! Al fin se han sentado los dos pavitos a hacer la lista de invitados, pero cada dos minutos se está asomando la futura suegra para recordarles que también hay que invitar a la vecina de la abuela, y a su tía segunda. Poco a poco, la susodicha va ganando terreno. Ha pasado un cuarto de hora, y cuando se han dado cuenta, ya está sentada en el sofá en medio de los dos con el papel y el boli en la mano, apuntando nombres sin parar.

Y llega la despedida de solteros, que no es otra cosa que la última voluntad antes de la horca. Es la necesidad de paladear intensamente lo que será el último vómito de juventud. Pero eso sí, de forma original, porque ellos rompen con lo establecido. O sea, la Charito se va de marcha con cinco amigas, a ver a los “boys” y luego a la “disco”, ya hartas de chupitos, con una banda de miss y un nabo de goma en la cabeza. Entre tanto , en la otra parte de la ciudad, el Antoñín es tentado por sus amigos del “futbito” en la barra de un prostíbulo para que se entregue a los desatados placeres caribeños. Pero nuestro hombre es muy fiel a la Charito, y al final es él quién se queda en el taburete, con un calentón grandísimo, tomando un cubata mientras que a sus colegas ya se los han llevado a la primera planta.

Van pasando los días, y sólo falta una semana. El móvil de Antoñín empieza a sonar . Se van dando las primeras bajas de conocidos , que por diferentes imprevistos no podrán acudir a la boda. El Antoñín se lamenta en el teléfono ante cada invitado de menos, expresándoles con voz desencantada:

-¡No me jodas! ¡No me digas que no puedes venir! ¡Qué lástima, de verdad!

Y cuando cuelga, se frota las manos y sonriente dice:

-¡A tomar por culo, dos cubiertos menos que pagar!

¡Tolón, tolón, repican las campanas del Carmen! Es el Sábado del gran enlace. El momento más ansiado para nuestra novia. Su piedra angular. La primera meta de su realización como mujer en la vida, tras largos años buscando su identidad femenina. Sin duda alguna el día más importante de cualquier muchacha normal y corriente que se precie .

A cuentagotas van apareciendo en la plaza los primeros familiares y amigos. ¡Qué guapos están todos! Hasta el hortera que siempre anda con los Nike y los pantalones de camuflaje hoy va vestido de Adolfo Domínguez. ¡Oh, no, horror! Por una esquina acaba de aparecer Belén, la típica invitada “mete-pata”, luciendo un deslumbrante vestido blanco, chafándole con ese sacro color toda la exclusividad a la pobre novia. En el sector femenino se percibe un malestar general. La Gertrudis y la Ramona hacen “por lo bajini” sus primeros comentarios sobre el padrino:

-Escucha, esto entre nosotras, yo que quieres que te diga, pero el padre de la novia tiene toda la cara del capullo que lleva "plantao" en la solapa.

La Taila irradia en su mirada la lozanía de sus 27 añitos, y sobre todo la ilusión de poder estrenar el vestido corto que ha adquirido en una boutique de diseño. ¡Pero, maldición, No es posible! Rosalía, la hija del tapicero acaba de aparecer entre las bancas con el mismo vestido que ella, pues hasta en la flor es calcado. Se produce un tensísimo cruce de miradas entre ambas. La Taila se deshace en su asiento, quiere morirse.

Pasan unos minutos, la Charito ya está entrando en el templo, solemnemente, como la princesa que es. En ese instante suena la marcha de Méndelson que estremece a todos los presentes con sus sublimes notas. Al paso de la novia, la Gertrudis y la Ramona murmuran en voz baja:

-¡Uy, la Charito, lo recargada de pintura que va! ¡Está feísima, por Dios!


- ¿A donde irá con tantos volantes? ¿a la feria? ¡Ja, ja, ja! Y con ese escote de palabra de honor, que le llegan las tetas a la barbilla...

Por otros motivos, además de la boda, este no es un Sábado cualquiera, pues en este preciso momento España está jugando un partido crucial, acontecimiento que ha provocado que la mitad de los varones hayan pasado de la ceremonia y estén todos metidos en el bar de en frente, llenándolo hasta la bandera. Es obvio que el Antoñín también se iría con ellos a animar a “La Roja” si pudiera escaparse. Efectivamente , cosas así suceden cuando menos lo esperas.

El ritual transcurre con normalidad, se lo pueden imaginar, entre las travaderas de lengua del novio a la hora de leer y los gritos y llantos de una jauría de niños histéricos perdidos. El monaguillo, ya un poquito nervioso, susurra:

-Que venga Herodes, por Dios, que venga Herodes...

El sacerdote es un joven paraguayo de 28 años, que tiene que hacer de tripas corazón para evitar fijar sus ojos, en los rebosantes senos que buyen del escotazo de la novia, dignos de hacerle pensar en colgar los hábitos en la puerta de cualquier agencia de contactos. Por otro lado, el monaguillo, que ya lo venía catando, dice para sus adentros:

-¡Hay que ver, la carita de Pájaro Espino que se le está poniendo al gachó!

Ya fuera de la iglesia, una lluvia de pétalos de rosas y pompas de jabón envuelven a los recién casados. La Gertrudis y la Ramona se les acercan risueñas, toman entre sus manos la carita de la Charito, y tras colmarla de besos afectuosos, le dicen:

-¡Muchas felicidades tesoro!

-¡Pero qué guapísima vas!

-¡Estás preciosa con ese vestido tan fino!

-¡Y que elegante se ha puesto tu padre!

Gritos de “¡Vivan los novios!” se suceden unos a otros. Los claxon de los coches jalean en toda la Calle Real, pero no en homenaje a los esposos, sino… ¡porque ha ganado España! Desde el bar de enfrente terminan de llegar apresuradamente los últimos rezagados.

El primer mal trago que hay que beber cuando se entra en el salón del banquete es no saber con quién te pondrán en la mesa. El segundo es tener que confirmar lo que te temías. Pues, por misterios del destino, a la Taila y la Rosalía les acaba de tocar juntas. Codo con codo, flor con flor. Para el resto de invitados, ya son la Pili y Mili, las Zipi y Zape de la fiesta. A la Taila se le ha corrido todo el “Margaret Astor” de la pena. Pero aún le queda la esperanza de que el vestido de la Rosalía termine manchado de vino tinto de arriba a bajo. En la mesa contigua se sientan Amanda y Brandon, una parejita que profesa la religión Jainista, pero que han tenido que asistir por cojones a la iglesia, pues de lo contrario la Charito no les habría perdonado en la vida tal ofensa. Al otro lado del salón, los maridos de la Gertrudis y la Ramona intercambian sus impresiones sobre el ambiente:

-No veas como menean el bigote los familiares del novio, luego dicen que son gente de poco comer, y no han levantado la cabeza del plato en toda la noche.

La Ramona, hace una crítica constructiva:

-¡Uy, qué torcida lleva la peineta la madrina! ¡Parece que le han dado una "pedrá"! ¡Ja, ja, ja!

- Se habrá enganchado con un árbol... ¡Ja, ja, ja, ja!

En ese momento, la Ramona se levanta y con voz de pregonero de caballas grita:

-¡Viva la madre de el noviooo!

Y todos responden:

-¡Vivaaaa!

Hasta hace unos años, en las bodas se veían a unas señoras que, a modo de carterista de metro, iban rapiñando en una fiambrera comida de cada plato, que después guardaban en su bolso de carey. Desafortunadamente, esta figura ya se ha extinguido, como todo lo que es auténtico, pero lo que sí ha sobrevivido es otro personaje mítico, que, cómo no, hoy se encuentra en nuestra cena. El “Pulga”, un simpático sesentón que entre sus pies descalzados ha escondido dos botellitas de vino que más tarde se irá bebiendo reposadamente.

Mientras, el Jose Mari, que desde que se sentó está poniendo carita de asco, acaba de entrar en acción:

-¡Hay que ver que poca comida! La guarnición está flotando en aceite. ¡Qué lamiosas están las cocretas! No han sido capaces de poner ni unas gambitas... Igualito que en la boda de mi hijo, vamos, que había de todo, hasta el sorbete estaba hecho de lima con jazmín... ¡Muchachooo, cuando a ti te dé la gana nos traes otra jarra de cervecita, que por aquí estamos secos!

¡Aaah, qué desgracia! Un camarero ha resbalado con la pringue del suelo, y ha volcado una bandeja entera de medallones de merluza en salsa verde encima de la Taila. Todo el local se descojona. Hasta los novios de plástico que hay en el pastel han soltado una gran carcajada diabólica.

Al Antoñín le chispean los ojos, pues los sobres con el dinerito se van amontonando. Más tarde descubrirán que varios vienen vacíos, hasta hay uno con un billete del Monopoly, en el que se lee: “Lo siento, pero está la cosa mu negra. La intención es lo que cuenta. Un beso, anónimo”.

¡Ay, Dios, no es posible, creí que al menos en esta boda no ocurriría, pero sí! Con el pastón que la madre de la Charito se ha dejado en Pro-Novia, y toda la dedicación de unas estilistas que se han pasado tres horas entre el peinado, el postizo y el maquillaje… para que la niña de pronto aparezca con unos tenis de macarra, comprados en el baratillo, con la idea de que no le duelan los pies en el baile.

Son las 6 de la mañana. Un portero es avisado de que fuera hay un patoso liándola. Se trata del Angelito, un profesor de educación vial, primo del novio, que quiere marcharse en su coche con su mujer y sus tres chiquillos. Hasta ahí bien. El problema es que lleva en la sangre media bodega de Chiclana y otra media de Jeréz. El portero del local y tres señores más intentan convencerlo para que se vayan en taxi:

-Angelito, tu coche no es el rojo, es el blanco... anda, dame la llave por favor...

-¡A ti guien te ha dicho gue yyo no toi pa condusí, pedaso dde sieso! ¿Gue me estai pidiendo violensia? ¿no?¡Pue o voy a partí to la ensía, con una patá de kun fú, y luego voy a llamá a la puulisía, pa gue te ponga lass espuela!

Una semana y media después...

La madre de la novia recibe una llamada desde la embajada española de República Dominicana. Le informan de que su hija y su yerno han estado cuatro días ingresados en un hospital, pues en el barco que les llevaba a la costa fueron devorados por una plaga de chinches. Le aseguran que ya están perfectamente, pero que ahora deberán permanecer encerrados en el hotel durante un tiempo, ya que Punta Cana está en alerta máxima debido a la inminente amenaza de un huracán.

Al final el huracán no llegó hasta allí, pero el regreso a casa se demoró cuarenta y ocho horas más, porque coincidió que había huelga de pilotos, lo que ocasionó que tuvieran que hacer dos noches en las salas del aeropuerto. Ya en Barajas, sufrieron otro percance debido a que se perdieron las maletas.

Siete meses después del enlace, la Charito y el Antoñín han decidido divorciarse. Los motivos son insalvables. El no soporta el olor de la cera de depilar de la Charito, ni que su suegra deje los sujetadores detrás de la puerta del cuarto de baño. Y ella no tolera que él tire los calcetines debajo de la cama, ni que tras ir al báter, no pase bien la escobilla.

Pero no supongan que esta historia va a culminar mal, eso jamás. Actualmente el Antoñín vive de nuevo con su madre, y es feliz entrenando los fines de semana a los alevines. Todos los sábados se va de juerga con el Angelito, y entre esas, le sale algún que otro apaño. La Charito ha comenzado una relación con un sargento canario, que parece buen hombre. Ella está encantadísima, pues él le ha prometido un nuevo matrimonio, dos hijos, una hipoteca y una bañera antiestrés. Incluso piensa llevarla todos los veranos de vacaciones a Benidorm, a pesar de que ahora viven en pleno paseo marítimo de Cádiz.




The End

¡Eh vos, querés ilusionarte, ché!

26 de mayo de 2009






Por el Juan An.


Algunas de las preguntas que formulo cuando hago la entrevista a un paciente que acude por primera vez a la consulta son:

¿Tiene usted ilusiones en la vida?

¿Es aficionado a algo?

Y puedo decir por la experiencia de los años, que la respuesta más frecuente es: No. En el mejor de los casos te cuentan que oyen música o ven películas. También hay excepciones por supuesto.

Pero lo más inquietante es que muchas veces, no se trata de personas mayores, ni de depresivos, que en teoría debería ser el perfil habitual, sino de sujetos jóvenes, saludables e incluso con preparación académica. Hasta he observado que es una pregunta descolocante para los pacientes, ya que a veces no la relacionan con la patología que presentan.

¿Cómo se puede vivir sin ilusiones? ¿sin aficiones? ¿sin hobbies? Uno se plantea.

¿Será por una cuestión económica? ¿Será por falta de ofertas? Y a poco que nos fijemos, nos damos cuenta de que estos factores sólo pueden influir, pero no son la causa real de tal pérdida de aliciente. Más bien deberíamos indagar en otros aspectos que estarían más relacionados con los estilos de vida, y con la manera de percibir el mundo.

Es verdad que muchos anhelos dependen del dinero para poder cumplirse, pero también es cierto que otros muchos revoletean más en el plano de lo anímico, de lo espiritual y de los ideales. Por eso, la ausencia de motivaciones tal vez sea consecuencia del adormecimiento de nuestra consciencia, que no sabe o no puede aún apercibirse del extraordinario acontecer que es la vida en sí misma. Esta vida misteriosa que ya estaba antes de nosotros nacer, y que se desarrolla incomprensiblemente en un medio fascinante como es el cosmos.

Dicho con lenguaje poético, nuestro planeta es una giratoria perla azulina, suspendida en una nada sin confines, pero que no parece contener suficiente misterio, ni suficiente expresión de belleza y encanto, al menos para la "Especie Humanidad" que la habita en estos tiempos. También es un hecho desmoralizante el que nos hayamos convertido en desencantadores y desilusionadores profesionales de los sueños de otros seres que aún tienen a bien vivir con entusiasmo.

Seguro que muchos de ustedes han sentido en sus carnes, alguna vez, el que alguien les halla puesto pegas y obstáculos a un proyecto o a un ideal, que en ese momento era un alimento perentorio para su alma. Y si rebuscan en el baúl de sus vivencias también puede que se descubran como la espada cortante que en un momento determinado sesgó los sueños de otras personas.

Esta actitud involutiva que mantiene el ser humano de cuestionar y sopesar las ideas e ilusiones, bien sea en uno mismo o en los demás, casi siempre suele ir en relación a la renta o el beneficio que se vaya a obtener al final del camino. De tal forma que si aquello que se promueve no resulta económicamente beneficioso , no es conveniente y se termina viendo como una acción de simple candidez, o poco inteligente.

La pérdida de la capacidad de asombro de la que ya he hablado en otros comentarios, es quizá el origen de los sin sabores que experimenta nuestro corazón. Y así, los pequeños detalles que van conformando la existencia, no son vivenciados con el interés y la atención que merecen. Como consecuencia, terminamos lanzándonos a la búsqueda de emociones fuertes y desafiantes, donde el riesgo y la extralimitación son la ansiada vitamina para la resurrección. Así que jódanse los viejos y los impedidos, que la verdad de sentirse vivos y renovados depende de engancharse de una pata y tirarse con una cuerda por un puente, o de poner la “Kawa” a la velocidad que a uno le salga de los mismísimos cojones. Claro, en esta ausencia de ilusión, de nuevo “Don Ego” puede verse implicado. De ahí a que tengamos que escuchar frases como:

-Pero es que a mí esta ciudad ya se me ha quedado pequeña

Y uno dice:

-¡Coño! ¡Tanto as engordado tú, Johnny!

A quien le pudiera valer las experiencias personales de un servidor, le diré que por suerte, cada amanecer me levanto con un gusanillo nuevo en la barriga. A veces es un libro que me gustaría leer, otras veces es algún plato que quiero probar. Ahora estoy haciendo teatro, y por otro lado, voy aprendiendo algo más sobre vinos. También, desde hace algunos meses, ando preparando productos naturales, como pomadas, ambientadores o dentríficos que elaboro lo más artesanalmente que puedo, porque creo que la artesanía es un arte que sana.

Las aficiones pienso que hay que querer encontrarlas, y flirtear con ellas, aunque al principio no nos interesen demasiado. Con un poco de apertura, les vamos cogiendo el gusto, y si tenemos la fortuna de encontrar a personas que sepan contagiarnos su pasión hacia algo, entonces la magia se dará.

Recuerdo a un albañil que trabajaba cada día tras el muro que daba a mi consultorio. Una buena mañana llegó desbordado, como si hubiese visto una aparición mariana. Pude escuchar como le contaba a sus compañeros una experiencia que había vivido el día anterior en el campo de su hermana.

Les explicaba que a media tarde, mientras tomaba café en el porche, observó que debajo de una parra había un grupo de hormigas, perfectamente organizadas, que cargaban con unas gigantescas cáscaras de frutos secos, y que lo hacían con una gracia y una habilidad que impresionaba . Entregado en su narración, les detallaba el tortuoso camino que recorrieron hasta finalmente introducir sus provisiones en el hormiguero.

Sin duda aquella revelación vivida en lo que podría representar el “micro-mundo”, conmovió de forma ilusionante a aquel buen hombre. Es obvio que había entrado en un estado amplificado de consciencia donde pudo ver la belleza de lo pequeño, en un instante de contemplación.

Puede que sea este el primer descubrimiento para vivir ilusionadamente, la contemplación. Un estado que coloca al ser en una posición de dignidad, donde no se interviene en los procesos, siendo uno un mero espectador de la gran función. En esta disposición se obtiene una calma tan necesitada como provechosa. Una serenidad que nos permite ver el juego vivaz de una naturaleza alegremente ilusionada. Una parsimonia, que nos sensibiliza para así empaparnos del ánima de todos los elementos en sus inagotables recreaciones.

Yo siento como la vida todavía se ilusiona consigo misma, entreteniendo al ciprés con el viento. Maquillando las amorosas tardes con sus difuminadas acuarelas. Acudiendo fielmente a las citas estacionales. Contemplando, siento que el nido de un pájaro aún sigue siendo la cuna más tierna que he conocido. Siento como la savia se afana por ornamentar el bosque, perfumando su madera. Y siento como aún la creación derrocha divertimento, produciendo en su expansividad más y más urdimbres de universo, nuevos tiempos y espacios, para que sean sembrados de inimaginadas posibilidades.

Quiero culminar este texto con el mismo mantra con el que lo empecé.

¡Eh vos, querés ilusionarte ché!

Nuevo Premio Babuchazo: "No te pases ni un pelo".

7 de mayo de 2009










Por el Juan An.


Tenemos el gusto de otorgarle un nuevo Premio Babuchazo, con mucha camomila, al caso de la peluquera rusa del momento. ¡Sí hombre!, ¿no se han enterado? Se lo voy a contar a mi estilo.

Resulta que, hace unos días, saltó la noticia de que en una peluquería de Rusia, un ladrón entró para robar la recaudación, con tan mala suerte que la peluquera era la prima hermana de Chuck Norris, o sea, una experta en artes marciales, habilidad que utilizó la muchacha en el instante para hacerle al pobre delincuente tres llaves de judo y una llave de paso. Salió más mal parado que Remedios Amaya cuando fue a Eurovisión.

Pues a la niña no le hizo falta el neutralizante, lo neutralizó de un puntapié. Una vez reducido en el suelo, lo encerró en la cabina de rayos uvas, le amarró con el cable del secador, y lo amordazó con una tira de las de hacer las ingles, y ya aprovechó y le depiló el bigote. Seguidamente le pidió a sus clientas, la Ivana, la Dimítria y la Bladimira, que se piraran, que ya la policía venía en camino, pero no era cierto.

Nuestra heroína, tras quedarse sola con su víctima, se llegó un momentito a la farmacia de la esquina, y se ve que estaba un poquito a falta, pues compró una caja de Viagra. Durante la siguiente media hora, hartó al caco de pastillitas azules, y cuando el hombre ya tenía aquello como un bote de laca Nelly, la niña, que de tonta no tenía un pelo, se le tiró en lo alto y se volvió loca.
Según declararía posteriormente el ladrón, fueron 48 horas sin parar las que estuvo la peluquera haciéndole “guarreridas españolas”, o para el caso, “moscovitas“. O sea, que en vez de darle un tinte, le hizo una decoloración en el miembro. Podríamos decir que más que sanearle las puntas, le saneó la punta. El resultado fue que el pobre ratero entró a atracarla con la excusa de que le hiciese un cardado, y lo que acabó fue escaldado.

Cuentan que al final lo tuvieron que sacar con una mascarilla, y no precisamente de Loreal. Esa chiquilla no te corta el cabello, te corta la cabellera. Dicen que allí la única espuma que hay es la que echas por la boca de la paliza que te puede dar. Naturalmente, tras lavarte la cabeza no te pone acondicionador, te pone condiciones. Como para que te invite a su centro a una reunión de “Tupper Ware“, vamos, no le compras unos platos o una yogurtera, y es capáz de romperte las rodillas con una kata de Aikido, y luego rematarte con un catavinos. Y es que en ese salón, más que hacerte las mechas, te hacen las brechas. Y como se te ocurra pedirle una ampolla para la sequedad, te deja seco y con ampollas.

Sepan que en su local, “la rusa” no contrata a nadie para barrer, pues los barridos está claro que los propina ella. Por supuesto que no usa el agua oxigenada, sino el alcohol de romero , para rebajar las contusiones. Si piensas hacerte la manicura, mejor no le exijas que te saque las cutículas, porque lo que te va a sacar va a ser una clavícula. Allí no te pintan las uñas, ¡allí te las clavan!

Yo que quieren que les diga. ¡Bravo por la Rusa!, porque con mujeres como esta, la violencia de género se acabaría en tres días. Y como bien dice un barbero amigo, nuestros gallitos ibéricos se iban a enterar de lo que vale un peine.

En cuanto al ladrón, no sabemos si le ha servido la experiencia de escarmiento, pero lo que si ha sacado en claro, es que el mejor tratamiento para prevenir la caída es no entrar nunca en esa peluquería.


Este artículo se lo dedico con cariño a mi madre, a Jose, a Mario, a mi hermana, a mi prima Mari y a mi prima Raquel.

Poema: "El Vino"

29 de abril de 2009

Tú, distinguido compañero en mi caminar,
esencia que sentencias en el paladar.
Tu, desangrado Tinto y Bermellón,
sin vergüenza en mi cabeza
y en mi alma benefactor.
Sagrado licor que me bañas en desnudez,
te vi acoger a toda casta,
encendiendo mi mesa y la del buen burgués.
Pudieras parecer bíblico y pagano,
mas por encima abrigo en el camino
de nuestro vagar humano.
De las antiguas orgías inductor y padre,
de las juergas de la alegría, seductor afable
hoy en una brizna de luz de este chorro escarlata
hacia tu espíritu marcho,
allá entre mi preciada bota
y la boca que ensancho.

Por Juan An

Sorpresas Te Da la Vida, en Re Mayor.

15 de abril de 2009

Por: El Juan An.





"Sorpresas te da la vida, la vida te da sorpresas."


Así es, y aunque esta letrilla pertenece a una canción que siempre me pareció bastante bonita, no solía ser en mí, una constante el impresionarme con el panorama musical que acompañaba mi adolescencia, ni siquiera mi recién estrenada adultez, que exclusivamente fue consolada con los levitantes himnos de El Ultimo de la Fila, y los sonidos más vampíricos del pop británico, que tanto me conmovió, y lo sigue haciendo.

Pero como digo , sorpresivamente, y cuando mí sensibilidad musical empezaba a resignarse iremediablemente a las melodías más insípidas y desganadas de la historia del arte, y me refiero a la adolecida época de los 90, el destino me regaló algo que me haría nacer a sensaciones musicales que jamás pensé que existían. Era como tener el mar frente a ti cuando el bochorno veraniego te aploma y no reconocer que esas aguas pueden ser un bálsamo de frescura en tu piel.

Porque, aunque la música clásica siempre estuvo ahí, intentando coquetear con mis sentidos, nunca me atreví a probar su pócima, ya que ponía resistencia a esa enmarañada marea de notas, desprovistas de guitarras y baterías, de las que mis oídos no hacían lectura. Y a esas carátulas de discos , muchas veces en tonos ocres y marrones y que mostraban los rostros languidecidos de unos músicos anticuados y demasiado alejados para mi “body”, en el tiempo y en la estética. Y fue gracias a un inquietado personajillo de aspecto desaliñado, melómano de pro, de esos apasionados, que se montan su propio opus, tocando el violín con una paletilla de jamón y una percha, y dicho sea de paso, que se ha convertido en uno de mis amigos más adorados, ahora soy yo quien fermenta en pasiones, dirijiéndo delante de la mini-cadena, la inconmensurable Júpiter de Mozart con una aguja de mi madre, de las de hacer punto de media.

Recuerdo que me quedé absorto cuando por primera vez, escuché completa la novena sinfonía de Beethoven, La Coral, obra que fue compuesta cuando el músico Alemán, ya estaba más sordo que el jefe de máquinas de un barco mercante. ¿Cómo podía ser eso posible? Es como si un nota con 37 dioptrías en cada ojo pintara uno de los frescos más impresionantes de la historia y se quedara tan a gusto.

Todo el mundo opina que la locura es un mal indeseable, pero no es del todo cierto. Si no, que se lo pregunten a los amantes de la obra de Schumann, que merced a que tenía un buen plomillazo dado, desgranó monumentales melodías, que de haber estado cuerdo, tal vez no las hubiese cazado jamás de entre las musas. Y si no fuera porque me gusta más una mujer que a Martina Lavratilova, os confesaría que los conciertos para flauta de Antonio Vivaldi, hoy me entran solos por el culito y sin vaselina.

Una vez mi compadre Rafa, el inductor de mi afición a este universo de los clásicos, me hablaba de la inacabada octava sinfonía de Schubert, y me decía que ningún estudioso se ponía deacuerdo en cuanto a los motivos que llevaron al genio a dejar a medias aquella composición. Mi amigo sin embargo opinaba con mucha gracia que los dos primeros movimientos eran unas piezas tan bellas que no tuvo cojones de terminarla. ¡Qué lástima que el chiquillo duró menos que una saliva en una plancha! Pero seguro que en su inmortalidad, que la tiene, sigue haciendo sus famosas Schubertiadas, bordando hermosos Lieder en las tabernas del cielo. Quizá, la única pega que le pongo a esta manifestación artística surgida en la vieja Europa, es que huele demasiado a huevos, en detrimento de las mujeres compositoras, que existieron, pero que desafortunadamente una vez más quedaron encerradas en la cajita musical del olvido.

Declaran los entusiastas, que la música es la vida, y en cierto modo, razón no les falta. Y sería una celebración que los jóvenes conocieran y se empaparan del legado de dos siglos que fueron brillantes para este género, del cual, el poder cultural y económico, les ha sabido privar, ofertándoles una única cara de la moneda.

La música clásica es un presumido camino de inflorescencias, donde cada pentagrama se inunda de fantasías cromáticas, pues hay música de cualquier color. Se componían Sonatas doradas, Adagios azules y misas púrpuras.

Y yo he aprendido a amarla, desplegando los lienzos vírgenes de mi corazón, para que sean impresos de su gloria.

Ahora sé navegar sobre impetuosas escalas que se proyectan como deidades hacia las estrellas. Ahora siento como vibran mis entrañas cuando mi espíritu se aventura entre acordes de nácar que van acunando notas de frenesí. Y cada cierto tiempo , en la noche, cuando un claro de luna me va robando los suspiros, suelo preguntarme sobrecojido, ¡Oh, Dios de los Cielos! ¡¿Cómo habría sonado para el mundo la décima sinfonía de Beethoven?!